El objetivo de este artículo es ayudar a identificar la función del editor y comprender lo que es un manual de estilo editorial aplicado a una publicación que busca satisfacer las expectativas de todos los involucrados, tanto en su proceso de diseño como en el de su producción y distribución.
En todo proceso existe siempre la necesidad de colaboración y trabajo en equipo. En este sentido, la industria editorial involucra la participación de casas editoras, autores, editores, capturistas, correctores, diseñadores, preprensistas, impresores, encuadernadores, distribuidores y lectores. Para lograr con éxito sus objetivos requiere de atención desde su planeación inicial hasta su distribución y consumo final. Nada puede dejarse al azar.
Además, para que un mensaje sea transmitido correctamente (ortografía, redacción, limpieza y orden excelentes), de manera agradable (tipografía legible, espacios y dimensiones ergonómicas) y funcional (formatos, materiales y acabados dentro de los limites económicos), es necesario que exista una persona que dirija el esfuerzo de todas las partes involucradas en el proceso. Esta persona es el editor.
El editor define la ruta que deben seguir todos los que intervienen en el proceso de creación, producción y distribución de una publicación. Este camino se traza buscando satisfacer las necesidades de todos los participantes: autores, correctores, diseñadores, preprensistas, impresores, compañías editoras, distribuidoras y lectores.
¿Qué es editar? La función del editor
En el proceso de creación de una publicación, sea esta digital o impresa, existe la necesidad de coordinar una amplia variedad de criterios (contenidos, métodos de producción, diseño, precio, fechas de entrega, calidad del producto, etcétera). El responsable de organizar o decidir estos aspectos es el editor.
Siendo así, el siguiente ejemplo enumera los procesos que debe enfrentar un editor durante el proceso de creación de una publicación:
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- 1. El autor quiere ver su texto publicado pronto y recibir su reconocimiento.
- 2. El jefe quiere que salga muy bien, muy rápido y no muy caro.
- 3. El corrector quiere cubrir un cierto número de cuartillas por día.
- 4. El capturista quiere teclear cierto número de palabras e irse a descansar.
- 5. El diseñador quiere que su “loca” idea sea comprendida, respetada y bien pagada.
- 6. El formador quiere realizar un número de planas por turno.
- 7. El preprensista quiere filmar una cantidad preestablecida de metros de película.
- 8. El impresor quiere darle un cierto número de vueltas a la mantilla de su prensa.
- 9. El encuadernador busca terminar su trabajo en el tiempo que exige su agenda.
- 10. El distribuidor quiere tener a tiempo el producto en sus anaqueles.
- 11. Y el lector quiere todo a buen precio, con contenido de calidad, funcional y estético.
El editor debe coordinar a todas estas exigencias para obtener una publicación dentro de los parámetros de satisfacción de cada una de las personas, sin olvidar nunca las limitantes económicas, logísticas y humanas.
Herramientas de trabajo del editor
Los conceptos básicos de la edición y el diseño deben coincidir en un punto elemental: la edición dentro del diseño va enfocada a la óptima utilización de espacios dentro del papel (o pantalla en el caso de publicaciones digitales). En ese sentido, los procesos a los que debe estar atento el diseñador son similares a los de un editor:
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- Tener claro lo que quiere comunicar el texto del autor.
- Conocer las limitantes económicas de su diseño.
- Conocer los requerimientos del proceso de impresión.
- Entender que se requiere entregar no sólo un diseño atractivo sino funcional, características que distinguen siempre a una gran publicación.
Para cumplir con estos procesos el diseñador gráfico editorial debe entender el concepto del estilo, el cual establece la estructura del diseño de una publicación considerando el objetivo de comunicación, buscando la satisfacción del autor, del lector y del medio de producción.
Se deben observar elementos estéticos (espacios blancos, proporciones, colores, contraste) y funcionales (retícula, tamaño y tipo de letra, formato, materiales), así como establecer el orden y estructura informativa (portada, índice, editorial, secciones, publicidad) que definen el ritmo de la publicación que se está diseñando.
Retícula y estilo
Así como para la identidad corporativa es necesario elaborar un manual de identidad que sirva de pauta para saber cómo aplicarla de acuerdo a los diferentes requerimientos de uso, materiales y espacio en los que tengamos que utilizar la marca o logotipo en cuestión, así mismo necesitaremos un libro de estilo para el diseño editorial que sea la “biblia” a seguir a lo largo y ancho de nuestro documento, sobre todo cuando se trata de una publicación periódica, de un diseño que debe ser desarrollado por un equipo y que tenga una cierto grado de complejidad.
Si bien es cierto que podemos trabajar con el prototipo o plantilla original de la publicación ya que ésta contendría muchas de las pautas de estilo y estructura, también es cierto que muchos criterios no se podrán encontrar en dicha plantilla y que el diseñador novato además se puede encontrar con variaciones, excepciones o limitaciones que no podrá conocer a no ser que ya estén contempladas en un libro de estilo.
La existencia de ese libro normaliza el trabajo de diseño y establece las variables y limitaciones en las formas de solución que serán las que se mantengan a través de los diferentes números de la publicación.
Algunos diseñadores pueden pensar que la existencia de un manual de identidad o libro de estilo limita la creatividad y la libertad de los profesionales que trabajarán posteriormente con esos elementos, pero no es así. Su función primordial es normalizar y ayudar a establecer la identidad o personalidad de un determinado proyecto.
Tampoco significa que dicho estilo deba ser totalmente rígido y estricto y no se pueda experimentar con un estilo más libre. No obstante, ese rango de libertad debe estar documentado estableciendo en qué elementos, en qué situaciones y en qué proporción dicha libertad se puede aplicar a los diferentes elementos que componen la publicación.
Por ejemplo, un logotipo o marca no tiene por qué ser totalmente estricto en sus aplicaciones o usos; de hecho, existen muchas identidades corporativas basadas en lo variable de su representación tipográfica, de sus colores o de la utilización, independiente o conjunta, de los distintos elementos que la componen. Un caso extremo son aquellas marcas que no se manifiestan en una representación visual única, sino siempre diferente.
En conclusión, podríamos decir que la identidad de una publicación puede tener cierta flexibilidad que le permita mostrarse al público de diferentes maneras, pero un editor responsable no debe permitir en ningún caso hacerla confusa, y aunque hay casos en los que se busca asemejar una marca para hacerla pasar por otra para que el consumidor la compre creyendo que está adquiriendo la otra, éste no es hoy el caso y será un tema que trataremos en otra ocasión.
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